Feminismo Radical

Recuerdo vívidamente una experiencia en la escuela secundaria, cuando formaba parte del grupo de debate. Un día, nuestro profesor decidió dividirnos en dos equipos según el género y el desafío era defender cuál de ellos era “mejor”. El equipo de las chicas expusieron argumentos en los que resaltaban incontables virtudes y afirmaban, en ocasiones de forma repetitiva y poco matizada, argumentaban muchas veces que no necesitaban a los hombres para prosperar.

Yo me encargué de escribir el guión que defendiera una perspectiva diferente para el equipo de chicos: la idea de que, si bien hombres y mujeres poseen características propias, ninguna tiene la intención de imponerse sobre la otra. Mi argumento se centraba en lo que nos hacía distintos, resaltando la importancia de valorar la diversidad sin caer en la trampa de la superioridad. Al final, ganamos el debate los chicos. No fue tanto porque mi guión fuese el más espectacular, sino porque el mensaje que presentamos, basado en la argumentación y la reflexión, resonó de forma más sólida. Curiosamente, ninguna de las integrantes del equipo contrario se atrevió a atribuir nuestra victoria a que fuésemos hombres ni a señalar alguna parcialidad del profesor; todas comprendieron que nuestro planteamiento tenía una base más profunda y bien construida. Cuando pienso en la división entre hombres y mujeres, pienso en ese debate que ganamos, pero en lo personal, no me sentí ganador. Los argumentos de las chicas de que no nos necesitaban, me tocaba en lo más profundo de mi corazón porque, en el fondo, no creo que ningún hombre diría que no necesita a las mujeres.

Hoy, al rememorar ese episodio, veo en él una muestra de que el feminismo –en su esencia– no es una lucha exclusiva de un género, sino un clamor por la equidad y el respeto mutuo. El feminismo auténtico se ha forjado en el reconocimiento de las desigualdades históricas, pero también en la convicción de que la revolución por la justicia social fue, y es, una lucha compartida. Sin la contribución de muchos hombres comprometidos, la lucha por la igualdad hubiese sido incompleta.

No puedo dejar de mencionar nombres de hombres que, a lo largo de la historia, han sido pioneros en la defensa de los derechos de las mujeres y han impulsado el pensamiento feminista:

John Stuart Mill: Con su obra La sujeción de las mujeres, Mill argumentó a favor de la emancipación femenina, defendiendo que la libertad y la igualdad eran fundamentales para el progreso social.

Frederick Douglass: Aunque es reconocido principalmente como un abolicionista, Douglass también apoyó la causa del sufragio femenino, entendiendo que la lucha por la igualdad debía trascender cualquier barrera.

Martin Luther King, Jr.: Su visión de justicia incluía una crítica a todas las formas de discriminación. Sus ideales promovieron un mensaje de igualdad integral que, sin duda, abrazaba también la causa femenina.

Hay muchos más hombres, porque el feminismo es también una lucha de hombres.

En mi vida diaria, practico lo que yo llamo “sentido común”. Me gusta ayudar, por ejemplo, a una mujer a cargar las bolsas de la compra, sin que en mi mente surja la idea de que ella no es capaz por sí misma. Esa actitud no es fruto de un machismo protector, sino de un respeto genuino y colaborativo. Creo firmemente que reconocer y valorar nuestras diferencias no significa instaurar una superioridad de un género sobre otro, sino construir puentes basados en la empatía y la equidad.

Desde hace tiempo he pensado que la equidad no solo se trata de reivindicar derechos, sino también de asumir responsabilidades de manera conjunta. Hoy en día, las mujeres trabajan tanto como los hombres, y es fundamental que la sociedad reconozca que ambos géneros deben participar en la construcción de un hogar y una vida compartida. El compartir gastos no es solo una cuestión económica, es un reflejo del respeto mutuo y de la comprensión de que la independencia no debería ser un pretexto para evadir responsabilidades.

Me ha impactado escuchar a algunas voces que, en nombre del feminismo, se infla como mejor que el hombre. Lo curioso es que, a la vez, rechazan la idea de compartir gastos o responsabilidades en la pareja. No entiendo cómo se puede alabar la igualdad, pero al mismo tiempo demandar que el hombre asuma el rol exclusivo del proveedor. Esta contradicción me lleva a cuestionar si, en ocasiones, se está confundiendo la búsqueda de equidad con una actitud que, en lugar de fortalecer, debilita el verdadero sentido de la igualdad. La realidad es que tanto hombres como mujeres tenemos la capacidad y la obligación de contribuir en todos los aspectos de la vida en pareja y en la sociedad. Es injusto que se exija a uno el cumplimiento de un rol tradicional sin reconocer que, en el mundo actual, ambos deben sumarse al esfuerzo diario. He llegado a la conclusión de que la verdadera revolución en materia de igualdad pasa por el sentido común: por reconocer que, si bien cada uno es distinto, ambos aportamos a la construcción de un entorno más justo y equilibrado.

Luego están aquellas mujeres que, en ocasiones, se dedican a manifestarse de forma que, desde mi perspectiva, resulta contraproducente. Cuando se opta por mostrar el cuerpo de manera ostentosa o se escribe en paredes con mensajes que, al final, poco aportan, siento que se corre el riesgo de denigrarse a sí mismas. No se trata de reprimir la libre expresión, sino de reflexionar si esas actitudes realmente contribuyen a la causa de la igualdad o, por el contrario, debilitan el mensaje que debería unirse a un esfuerzo colectivo por la equidad. Basta con ver cómo, tras una protesta cargada de simbolismo, al día siguiente aparece alguien que se encarga de arreglar el desorden, casi siempre son hombres que limpian las calles o vuelven a pintar las paredes, simbolizando que el verdadero compromiso no se basa en gestos aislados, sino en acciones responsables y continuas.

Siempre he creído que la igualdad no se trata de forzar a nadie a ser algo que no desea, sino de abrir caminos para que cada quien elija el rol que mejor se adapte a sus talentos y aspiraciones, pero no es casualidad que hoy veamos a mujeres que se destacan en áreas de dirección y gestión. Conozco muchas empresarias que, liderando equipos compuestos incluso en su mayoría por hombres, han demostrado que el éxito no depende de realizar tareas que se asocian con el esfuerzo físico, sino de la capacidad para identificar oportunidades, gestionar recursos y trabajar con determinación. Esta tendencia no significa que el trabajo físico carezca de valor; es simplemente la expresión de una libertad de elección en la que cada persona se orienta hacia lo que más se alinea con sus habilidades y objetivos. Al final del día, lo que verdaderamente cuenta es el compromiso con el esfuerzo diario, la perseverancia y el saber aprovechar los recursos y oportunidades que se presentan. La clave del éxito, tanto en el mundo empresarial como en la vida, es saber posicionarse en el lugar correcto y trabajar duro. A menudo escucho discursos en los que se lamenta la supuesta falta de oportunidades para mujeres, pero en mi experiencia y en la de quienes admiro, el cambio parte de la decisión personal de buscar y crear esas oportunidades. Así que cuando escucho a una mujer decir que no tiene las mismas oportunidades por ser de determinado genero, pienso en que solo son excusas y justificación. Los hombres lo tienen igual de difícil y los que destacan en el ámbito corporativo nunca se excusan de que perdieron un ascenso porque su competencia era una chica guapa de falda corta.

Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención es que muchas feministas actuales parecen desconocer el marco legal que ya favorece a la mujer en numerosos aspectos. He tenido la oportunidad de hablar con mujeres abogadas, expertas en derecho, y la gran mayoría no se identifica con el feminismo radical. ¿Por qué? Porque ellas entienden cómo funcionan las leyes y saben que en muchos casos, la legislación ya ofrece privilegios a las mujeres en cuestiones como la custodia de los hijos, beneficios laborales y ciertas disposiciones legales que protegen más a la mujer que al hombre en situaciones específicas. En la búsqueda de una verdadera equidad, es fundamental reconocer que el hombre también necesita protección ante la ley. En temas como la custodia de los hijos, denuncias falsas o violencia doméstica, la legislación y la sociedad en general han tendido a favorecer automáticamente a la mujer, sin considerar que los hombres también pueden ser víctimas y merecen las mismas garantías de justicia. La igualdad no significa inclinar la balanza hacia un lado, sino asegurarse de que todos sean tratados con equidad bajo la ley.

Diré una realidad, pero es mi opinión: el feminismo actual, más que buscar la igualdad, busca implantar una ideología. El feminismo actual no es tan diferente al comunismo. Y de hecho, muchas feministas actuales se consideran simpatizantes del comunismo. Lo cual, dice mucho sobre la ignorancia que todavía existe en este siglo. El machismo, también es síntoma de ignorancia.

El feminismo clásico se basaba en la idea de equidad, entendiendo que hombres y mujeres somos diferentes, pero merecemos las mismas oportunidades y derechos. Nunca se trató de una lucha de sexos, sino de justicia. Sin embargo, el feminismo que vemos hoy en día ha cambiado. Y no para bien.

Hoy, el feminismo ha adoptado posturas radicales, alejándose de su propósito original. En lugar de centrarse en la igualdad de derechos, ha tomado un rumbo donde la identidad de género parece ser más importante que la equidad real.

Ahora, en muchos discursos, la masculinidad es vista como un problema. Se habla del “patriarcado” como una estructura que debe ser destruida, en lugar de corregir desigualdades puntuales. Antes, el feminismo buscaba la inclusión de la mujer en espacios donde no tenía acceso. Hoy, en algunos sectores, el mensaje es completamente diferente: el hombre es el enemigo y la mujer debe superarlo, no convivir en igualdad con él.

El feminismo real defendía la libertad de la mujer para elegir su propio camino sin ser juzgada. Pero el feminismo actual critica a aquellas que deciden asumir roles tradicionales, como dedicarse al hogar, como si fueran menos valiosas por ello. Se ha convertido en un movimiento que no solo lucha por derechos, sino que también impone formas de pensar y de vivir.

Este nuevo feminismo no les enseña a las mujeres a ser autosuficientes por mérito propio, sino que las empuja a verse como víctimas eternas. En lugar de inspirar el trabajo duro y la excelencia, promueve la queja y la confrontación.

No digo esto por provocar. Lo digo porque creo en la verdadera igualdad. Defiendo el feminismo, pero el feminismo real. El que busca oportunidades para todos sin desvalorizar a nadie. El que no odia, no juzga y no cae en la doble moral.

Al final, la pregunta que queda en el aire es simple: ¿El feminismo actual realmente está favoreciendo a las mujeres en algo?

Piensa en eso.

Carrito de compra
es_ESSpanish