Nadie sabe como te sientes

Entré al apartamento con una sensación que nunca había experimentado antes. No era solo soledad; era vacío. Un peso que no solo cargaba mi cuerpo, sino cada rincón de mi mente. Las paredes estaban desnudas, tan vacías como me sentía por dentro. Cada paso resonaba en el pequeño espacio, como si incluso el eco me recordara que estaba solo.

Me senté en el borde del colchón que había conseguido. Era áspero, incómodo, pero no importaba. Todo en mi vida se sentía así ahora. El silencio era ensordecedor, interrumpido solo por los ruidos lejanos de la ciudad que seguía viviendo, como si no supiera que mi mundo había cambiado para siempre.

Miro la caja de mis pocas cosas. Poca ropa, un cuaderno de notas, libros de GED y una figura de acción que me recordó a un viejo amigo. Levanto la mirada hacia la ventana. Las luces de la ciudad titilan, pero no siento consuelo. Estoy aquí, completamente solo. Nadie en esta nueva ciudad sabe quién soy. Nadie sabe cómo me siento. Pero, de algún modo, sé que tengo que seguir. Aunque mi pecho esté vacío, aunque cada paso adelante duela como mil heridas abiertas, no puedo dejar que esto sea el final.

La soledad, tal como se describe en esa escena, no es solo la ausencia de compañía; es un vacío que se filtra en cada rincón de nuestra existencia. Es esa sensación de estar rodeado de un mundo que sigue moviéndose mientras uno se siente atrapado, estático, invisible. Es como mirar por una ventana y ver luces brillantes, vidas que parecen completas, mientras el eco de tus propios pensamientos resuena en un espacio vacío.

La soledad, a veces, no se viste de oscuridad, sino de luces que no calientan. Y en medio del ruido, el mundo nunca sabrá cómo suena tu silencio. Sentí los fuegos artificiales, pero no el abrazo de un ser querido. Nadie sabe cómo te sientes, lo escondes, ¿para qué mostrarlo?, solo se necesita fingir y aguantar como hacen todos.

Todos hemos sentido esa soledad en algún momento. Puede ocurrir al perder a alguien, al mudarnos a un lugar nuevo, o incluso al darnos cuenta de que las personas más cercanas a nosotros no pueden entender lo que llevamos dentro. Eso nos recuerda nuestra individualidad, de esa parte de nosotros que nadie más puede tocar ni experimentar.

Pero, en esa soledad también hay un espacio para la reflexión. Es ahí donde nos encontramos cara a cara con nosotros mismos. Es doloroso, sí, pero también puede ser un lugar donde comenzamos a construir algo nuevo. Aprendemos que no siempre necesitamos que alguien entienda cómo nos sentimos; a veces, basta con nosotros mismos para dar el primer paso.

La soledad no tiene que ser el final. Puede ser el comienzo de algo más fuerte, de una conexión más profunda con quienes somos y con lo que queremos construir. La verdad es que todos nos sentimos solos alguna vez. Pero no estamos realmente solos en esa experiencia. Cada persona que ves también ha sentido esa desconexión, ese vacío. Tal vez, al aceptar y abrazar esa soledad, podemos empezar a encontrar el valor para avanzar, para conectarnos de nuevo, no solo con los demás, sino con nosotros mismos. Porque, al final, seguir adelante es el acto más valiente de todos.

Nadie sabe cómo te sientes, cómo te despiertas cada día con esa batalla interna que parece interminable, cómo incluso las cosas que solían traerte alegría ahora se sienten distantes, irreales. Es difícil explicarlo porque, a simple vista, todo parece estar bien. Las personas a tu alrededor no ven las noches en las que el insomnio es tu único compañero, ni las mañanas en las que levantarte de la cama se siente como escalar una montaña. No ven las lágrimas que escondes detrás de una sonrisa, ni las dudas que te carcomen mientras intentas funcionar como si nada estuviera mal.

Pero la depresión no define quién eres, aunque intente convencerte de lo contrario. Es una etapa, una sombra que parece interminable pero que, como todas las sombras, no puede existir sin luz. Hay un momento, por pequeño que sea, donde la oscuridad empieza a retroceder, y en ese instante, encuentras un destello de esperanza.

Nadie puede entender completamente lo que llevas dentro, pero no dejes de pedir ayuda. Eso es de valientes. No eres el único que se ha sentido así. Tu historia todavía se está escribiendo, y las escenas oscuras solo dan pasos a capítulos llenos de luz. Ser fuerte no es negar tu dolor; es aprender a seguir adelante a pesar de él.

Tu eres fuerte. Y lo sé porque todos lo somos. Tienes más fuerza de lo que crees. Y aunque nadie pueda saber cómo te sientes, no estás solo. Un día esas cicatrices que ahora duelen, serán mapas que te guiarán a la versión que siempre quisiste ser.

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